Sobre democracia participativa – Entrevista de Ander Moraza a Jule Goikoetxea

Graduada en la Universidad de Cambridge y País Vasco, Jule Goikoetxea  es doctora en Filosofía y profesora de ciencia y teoría política en la UPV/EHU. Con ella hemos conversado para tratar de desentrañar las claves para organizarse colectivamente en un momento en el que la ciudadanía se encuentra atomizada, y sin un rumbo o estrategia claros para hacer frente a los problemas sociales y políticos en los que actualmente estamos inmersos. La desmovilización de la ciudadanía y las causas que la rodean, la actuación de los partidos de izquierda, y las claves para revertir ambas situaciones, son los temas que ocupan nuestra entrevista.

¿A qué crees que puede deberse esta apatía generalizada, o al menos perceptible?

No veo más apatía que hace diez o veinte años. Es necesario hacer política comparativa, porque puede ser que veamos nuestro entorno apático y lo extrapolemos a la totalidad. Lo cierto es que la apatía como tal es una característica general de la humanidad, desde siempre. Es cierto que precisamente por comparación, puede haber sectores sociales más apáticos, pero solo porque hasta hace relativamente poco habían hecho bastante ruido. No veo una apatía endémica, es más, creo que hay bastante más enfado que hace diez o quince años con la anterior crisis. Es cierto que el covid puede haber llevado problemas como depresión o una mayor atomización a la gente, pero en verdad mi percepción es que hay más enfado y más movilización que hace una década.

¿Por qué la izquierda se ve incapacitada para hacer frente a los problemas sociales y económicos que, de afrontarlos,  podrían devolver la confianza de la gente en el actual gobierno?

Hay una incapacidad, pero no es un fenómeno que veamos solamente en España, es más, está ocurriendo en otros muchos países de Europa. La incapacidad que muestra la izquierda se debe a cuestiones estructurales, no tanto a vagancia o desinterés, y es un problema que viene lastrando desde los años ochenta, cuando empieza a perder su identidad, los marcos de la política cambiaron y con ello comienza la desconfianza de la gente a las instituciones y los actores implicados dentro de ellas (partidos políticos, sistema judicial, policía etc. ). A esto se suma que la izquierda en el siglo XXI no controla nada –producción de dinero, alimentos, energías, manufactura de materias- como sí ocurría en el siglo anterior.

Las propias instituciones, con las que se pueden tejer las políticas del bienestar, se vuelven temporales con los procesos electorales. Desde comienzos de los noventa, la izquierda no está jugando con sus reglas, pero es que tampoco está jugando ya en su tablero, sino con las reglas y el tablero del neoliberalismo.  No hay de todas formas crisis de discurso, porque hay ideas muy buenas desde muchos movimientos sociales, pero no tiene recursos propios con los que impulsarlas.

Además, la izquierda no tiene más medios que lo público para implementar masivamente su agenda, y como no se puede valer de las instituciones políticas, porque las tiene la derecha y las corporaciones, le lleva a una situación insostenible, pero al mismo tiempo debe permanecer en las instituciones, que es la llave para legislar los cambios que desde su marco deberían implementarse, asique tampoco puede “desaparecer” disolviéndose en movimientos sociales de luchas legítimas –lucha anti desahucios, contra el cambio climático, antirracismo etc. – porque abandonando las aspiraciones institucionales, se le da vía libre al neoliberalismo y al fascismo.

¿Actualmente impera el derrotismo o asistimos a un triunfo cultural del «sálvese quien pueda»?

Actualmente con la pandemia a cuestas, sí que hay bastante derrotismo, y más en determinados sectores de la población, los más precarios. El derrotismo es más una percepción  que de hecho es cíclica, no un caso que nunca se hubiera dado antes. De hecho, es un sentimiento que no abarca solo a la izquierda, también en la derecha se da, que es el motivo por el que se alzan los fascismos. Es verdad que ese sentimiento de derrota es mayor –en ambos sitios- de lo que pudiera ser en los 70 u 80, pero al hilo de lo que preguntabas antes, la movilización no es el único factor bajo el que medir la apatía. Los colectivos que se organizan activamente y salen a la calle de forma organizada siempre han sido minoritarios.

En cuanto al  sálvese quien pueda, hay una reflexión que hacer ahí. Cuando la situación comienza a ser insostenible es verdad que el primer impulso es salvarse uno mismo y a su familia, la familia de sangre se entiende. En cambio, ese es un gran problema en la izquierda. Porque por sus fundamentos ideológicos, la izquierda siempre ha apostado por lo colectivo y comunitario, y retroceder a la familia cuando las cosas se ponen feas muestra la realidad de que la familia es la unidad mínima de gobernanza del patriarcado liberal y neoliberal. La propia izquierda también suele recurrir a salvar a la familia frente al colectivo y más con el escudo social quebrado, sobre todo cuando el propio funcionamiento estructural de este sistema busca que el individuo se organice en torno a la familia. Pero hay que tener en cuenta que el hecho de que el liberalismo use a la familia como unidad de gobernanza del individuo y la sociedad no es baladí, sino la forma de contraponerse a otras estructuras alternativas, públicas y colectivas. La familia es la unidad mínima de gobierno de la sociedad capitalista y patriarcal

¿Cómo podemos deshacer esa visión?

En un libro que he escrito con Albert Noguera (Estallidos , Barcelona: Bellaterra, 2021) hablo de la necesidad de abarcar múltiples frentes. Es necesario por ejemplo cambiar los moldes de lucha, actualizarlos a la tesitura actual, no solo en las formas de manifestación, sino en la propia base conceptual de los actores que participan. Aun tendemos a ver a la clase obrera con el aspecto de mineros o trabajadores en una fábrica –lo cual es cierto- y a priorizar a ese sector, olvidando a las trabajadoras de la limpieza o de cuidados como clase obrera e ignorando la necesidad de ayudarlas en su organización y lucha.

Hay que entender que la gente autónoma –como los ryders o las trabajadoras domésticas- forman parte de la clase obrera  aunque no respondan al criterio de “asalariados” y gestionar estrategias organizativas también con ellos. Hay que poner frentes en el capitalismo digital, poniendo barricadas no solo en la calle sino también en lo digital, barricadas en las redes.

Hace falta cambiar el deseo, la manera de sentir, las prioridades de la población, porque si no, abrir la puerta y el debate a diferentes procesos emancipatorios y contestatarios es muy difícil. Este es un proceso que requiere de lucha cultural que dé la vuelta a los valores sociales imperantes mediante el cambio de prácticas públicas e íntimas, ambas. Esto, claro, se consigue con el tiempo, y se vuelve una pescadilla que se muerde la cola: es necesario cambiar los valores y los conceptos base de la estructura social para poder cambiar los moldes de lucha, y es necesario cambiar los moldes de lucha para cambiar los valores y los conceptos base de la estructura social, de ahí que sea una lucha de varios frentes.

Eso sí, es crucial entender esto como un proceso a largo plazo de construcción de identidades y por tanto de nuevas materialidades, no como un evento cuya explosión se deba capitalizar porque sin esa construcción previa, cuando la situación comienza a apretar, corremos el riesgo de refugiarnos en los valores y estrategias de “supervivencia” liberales, y eso nunca favorece a la clase trabajadora.

¿Por qué vemos salidas constantes de gente saliendo de fiesta incluso con prohibiciones, pero no saliendo a la calle para luchar por derechos sociales, ahora que en principio tendrían más «manga ancha» con un gobierno (a priori) no conservador?

 La humanidad no se caracteriza por ser disciplinada o comprometida con la emancipación, es importante tener esto en cuenta porque es una premisa filosófico-política sobre cuál es la naturaleza del ser humano, pero no creo que sea una cuestión dicotómica, es decir, no creo que por salir de botellón seas alguien apolítico o desmovilizado, y el ocio como tal es importante para mantener una salud mental individual y colectiva adecuada. Respecto a la movilización, no se nos ha socializado en el esfuerzo o capacidad participativa continuada ni en la disciplina que requiere embarcarse en movilizaciones sociales confrontativas, lo que es un problema de base muy difícil de cambiar.

Por qué no estamos viendo una revitalización de tejido social participativo? si se vuelve a sentir que nadie les representa» en las instituciones, tendría sentido coordinarse contra ello para forzar reclamaciones.

No hay tanta cultura de la participación, y son diferentes en cada comunidad, funciona como una democracia de mínimos en general. No ha habido cultura política participativa sino más bien cultura de movilización en algunos casos, que es diferente, las movilizaciones se dan en contra de la estructura política, mientras que la mayoría de procesos participativos son los procesos que se dan desde dentro de la estructura política y por tanto poco confrontativos.

España es una democracia liberal representativa, con acento en el carácter representativo y centrado en la ausencia de estructuras que obliguen a la ciudadanía a tener voz más allá de las elecciones, como sería el caso de Suiza, que no por ello deja de ser una democracia neoliberal. El Estado español tiene un ejecutivo muy fuerte con ramas que son muy tendentes al autoritarismo. 

¿Con lo que dices acerca de la cultura de la participación, aquí entraría la paradoja de que no damos voz a la gente joven porque no confiamos en su madurez para tomar participación política, y después cuando crecen esperamos que sean responsables ciudadan@s formad@s en política, cuando no se les ha permitido ejercerla previamente no?

Exacto, la participación implica gobernar tu propio cuerpo y tu comunidad, y se les debería enseñar desde muy jóvenes, y entrenarles, por ejemplo, en la toma de decisiones colectivas, distribuyendo el poder entre quienes participan, gobernando sus clases por ejemplo, el recreo, el comedor –algo que también es extrapolable a la población adulta haciendo lo propio con los sindicatos, los barrios etc.- siempre en colectivo y con capacidad política. No se trataría de “dar voz”, que es un concepto liberal y que implica una visión paternalista (“tú habla, que yo gestiono y decido en última instancia”). De hecho, la necesidad de entrenar a la ciudadanía desde temprana edad se debe a que la participación debería ser obligatoria para un gobierno democrático y participativo.

Es de la visión liberal de donde hemos interiorizado esa visión de voto como idea acotada de lo que se debe entender por participación. No permitir el voto hasta los 18 personalmente me parece un error, pues convendría precisamente socializar a la juventud en política. No autorizándolos, sino haciendo que creen ellos sus propios procesos y decisiones.

 Pero es que además, impulsar procesos participativos desde las instituciones implica la necesidad de distribuir el poder para crear decisiones colectivas, sino, lo que se hace es ofrecer a la gente opciones predefinidas desde las instituciones que después se someten a consulta participativa. Y esto genera hartazgo generalizado, pues se percibe dicho proceso como un fraude, pues se te persuade para que votes algo en cuya creación no has participado.

Por otra parte, si se siente que con partidos de izquierda en las instituciones ya se tiene un pie dentro para formular esas reclamaciones, también tendría sentido la creación y expansión de tejido social participativo, pero también carecemos de ello.

El problema ahí, es que se olvida que para intentar forzar reclamaciones (dígase eliminar la ley mordaza) hace falta mantener una lucha en el tiempo y en el espacio, y eso es costosísimo desde varios niveles para el conjunto de la sociedad, pues implica mantenerse movilizados de forma perpetuada hasta conseguir el objetivo. De hecho, ese tipo de situaciones en las que se  sale a la calle para defenderse, es sociológicamente más fácil cuando en el gobierno está tu adversario político, no tu socio.  A esto se une la precariedad añadida, y es que a más precariedad, más difícil es organizarse. Sin ir más lejos, para hacer huelgas dependiendo de qué sectores laborales, hace falta cajas de resistencia que a veces cuesta años llenar.

Los partidos de izquierda en la coalición se hallan en una minoría de gobierno que le está impidiendo poner sobre la mesa todas las propuestas que a priori quería tratar. Su falta de resultados materiales sin duda les va a repercutir en consecuencias electorales ¿Qué estrategia crees que sería la adecuada para la formación?

La izquierda a nivel estatal tiene que entender que sin las izquierdas independentistas, no va a poder gobernar. La izquierda española –como en casi todos los lados- es sociológicamente una minoría en verdad, y no dan los números para poder formar nuevos gobiernos sin esas futuras alianzas necesarias. Esto se ve muy bien en Podemos, donde su representación en el parlamento español está fuertemente apoyado por las izquierdas independentistas periféricas, la misma gente que luego en las autonómicas no les vota a ellos.  

Esto promete ser una colisión constante, porque la mitad de la izquierda es jacobina (que implica centralismo territorial), y el debate sobre territorialidad que inevitablemente tendrá que surgir de esas coaliciones dependerá de cómo ambas partes entienden la necesidad mutua de cooperar.

Hay sectores que creen que una opción factible para revitalizar a la formación morada, pasaría por su vuelta a la calle, saliendo de unas instituciones en las que se les acusa de no poder hacer todo lo que querrían ¿Crees que debería abandonar el gobierno?

No, porque es un espacio que se deja al fascismo, y además,  los criterios de voto se mantienen, la gente no es tan tendente a cambiar el voto en masa. A esto hay que añadir que el inicio de esta legislatura ya estuvo marcado por pulsos internos que llevaron a repetición electoral, y eso desgasta. Pero no es esa la cuestión, si se fueran del gobierno para hacer valer su peso electoral, podría suceder que los números no cambiaran en exceso, e incluso que ganara la derecha.

Precisamente este equilibrio cercano al 50%/50% en la separación electoral izquierda-derecha, pone de manifiesto que se van a dar turnos de gobierno, asique intentar permanecer para conseguir desde las instituciones tantos cambios sociales progresistas como se puedan es la estrategia que de momento se mantiene.

¿Crees que la incapacidad de llevar a cabo el programa inicial puede pasarle factura a podemos, teniendo en cuenta su posición más visible como segundo partido de gobierno, y teniendo en cuenta su relación con los medios de comunicación?

Lo cierto es que no creo que el paso por las instituciones les vaya a desgastar especialmente. El verdadero problema en el que se halla inmerso ahora UP es la marcha de Iglesias, y eso es algo de lo que el partido es consciente. Para la inmensa mayoría del país, la referencia era Iglesias, y es un factor crucial, porque podemos no está asentado como otros partidos nacionales, que pueden tener más o menos representación en cada legislatura, pero van a seguir ahí, en cambio, sin la figura de iglesias, Podemos va a tener que generar representantes que hagan esa función. Sus resultados dependerán mucho de su campaña por crear nuevas figura representantes, entre otras cosas porque no están arraigados socialmente, y eso es lo que están tratando de hacer con sus nuevas líderes, convertirlas en referentes estatales, que en este caso ya no se apoyará tanto en una sola persona.

También creo que en las últimas elecciones, un elemento movilizador para votar a UP, junto al PSOE, no fue tanto un proyecto ilusionante de cambio progresista, sino un voto pensado para detener a las extremas derechas, y es probable que en las siguientes elecciones la clave electoral siga siendo la misma, por lo que su situación de cara a las elecciones de 2022 dependerá de cómo consigan hacer frente a esos desafíos.

Y tú, ¿que piensas?

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